Pero no fue suficiente. Porque eso que dicen por ahí de que “si quieres algo con todas tus fuerzas acabará pasando” es cierto hasta cierto punto. Valga la redundancia. Porque entre nosotros no había futuro, por mucho que alguno de los dos quisiera. Y porque saberlo y seguir con esto era una locura, pero de locuras se vive y a veces hay que hacerlas para sentir que seguimos vivos.
Por dónde iba. Que me pierdo. Igual nos volvimos locos, locos como cabras. Porque podíamos pasarnos una noche entera riendo a carcajadas y saber que, al llegar a casa, dolería de verdad. Este era nuestro tema tabú.
Jugamos a interpretar papeles de tipos duros y fríos, a nunca pasarnos de la raya con eso de los abrazos y los besos, aunque más de una vez se nos fuera de las manos. Porque cuando cruzábamos esa línea, ya no sólo estábamos jugando con fuego… Quemaba de verdad.
Nunca estuve tan pegada al móvil por si recibía un whats app tuyo y nunca tuve tantas ganas de decirte todo lo que nunca te dije. Y por eso nunca nos despedimos. Un día, de la noche a la mañana, se había acabado. Sin hablarlo, no hizo falta, nos conocíamos bastante bien, más de lo que parecía.
Y nos entró tanto pánico que decidimos largarnos en sentidos contrarios y empezar a pensar con un poco de cabeza. Quizá fuimos unos cobardes, porque sabíamos que la despedida sería dura y que en una semana tú te habrías largado de esta ciudad y desaparecerías, no sé si por un tiempo o para siempre, de mi vida. Y todo este tiempo que nos volvió tan locos y tan felices se acabaría. Porque así fue como pactamos todo desde el principio. Y las reglas están para cumplirlas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario